Immanuel Kant estaba muy interesado en la vida en otros planetas, especialmente en sus trabajos anteriores a la Crítica de la razón pura. En su Historia natural y teoría general del cielo, de 1755, cuando apenas frisaba los 31 años, presentó la idea de que el universo está lleno de vida.

Incluso especuló que las razas alienígenas eran más evolucionadas en la medida en que se alejaban del sol. Infería que los humanos, al habitar en el tercer planeta, éramos de desarrollo intermedio, superiores a los seres de Mercurio y Venus, pero inferiores a los de Júpiter y Saturno, por ejemplo.

Al final de la Antropología en sentido pragmático (1798), desarrolló una idea de cosmopolitismo tan amplia que incluye no solo a todas las razas humanas, sino que llega a considerar de un modo conjetural la existencia de las razas extraterrestres. Kant sugiere que no podemos definir a los humanos como una raza a menos que podamos compararnos y contrastarnos con seres racionales de otros planetas.

Hace especulaciones sobre tales criaturas, entre las que destaca que algunos de ellos puedan comunicarse telepáticamente sin ocultar sus pensamientos. Eso los haría incapaces de mentir, pero también les deja menos oportunidad de desarrollar la moral. Los humanos, ante la posibilidad de mentir, desarrollamos la aversión moral a la mentira.

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