Fernando VII, llamado «el Deseado», y posteriormente «el rey Felón» fue rey de España, de manera intermitente entre 1808 y 1833.

La comunidad de especialistas es unánime al calificar como «nefasto» su reinado y legado. Es descrito como desconfiado, disimulador, cruel, egoísta y vengativo.

Conspiró contra sus padres, fue perdonado y fingió arrepentimiento, pero finalmente destronó a Carlos IV, y entregó la corona a Napoleón, a quien siempre felicitaba por sus victorias contra los españoles. En 1814 ignoró los sacrificios de su pueblo, derogando la Constitución de 1812 y persiguiendo con saña a los patriotas liberales que lucharon por él; fingió acatarla en 1820, pero colaboró cuanto pudo para destruirla amparándose en un ejército extranjero; usó mano de hierro contra la disidencia tanto liberal como ultrarrealista, y dejó una guerra civil larga y desgarradora como legado.

Según el biógrafo especialista Emilio La Parra, «fue un rey imaginado». Conservaba su trono solo gracias al anhelo de los españoles. La necesidad de reforzar la causa nacional y patriótica durante la Guerra de la Independencia, llevó a representarlo al revés de cómo era realmente: inocente, virtuoso y cautivo. Aunque su imagen fue perdiendo fuerza con el paso del tiempo, logró perdurar incluso después de 1814.

La mayor parte de la población siempre quiso (o quiso querer) a su rey idealizado, y así lo demostraron en numerosas ocasiones, con gestos de sometimiento y servilismo que chocan hoy en día.

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