La pleura es una membrana que recubre ambos pulmones. Tiene dos capas: la externa, que está en contacto con la caja torácica, mediastino y cara superior del diafragma, se llama pleura parietal; mientras que la interna, que está en contacto con los pulmones, se llama pleura visceral.

En el ínfimo espacio que hay entre ambas capas pleurales, se encuentra el líquido pleural, un ultrafiltrado plasmático que actúa como un lubricante biológico, ayudando al movimiento de los pulmones durante la respiración (inhalación y exhalación).

La cantidad de líquido pleural es muy pequeña, aproximadamente cada hemitórax alberga de 5 a 15 ml, pero su presencia es necesaria para mantener el buen funcionamiento y la homeostasis del sistema respiratorio.

Las dos capas pleurales están irrigadas por vasos sanguíneos, pero el retorno venoso es diferente, pues la parietal drena a través de la vena cava, mientras que la visceral retorna por las venas pulmonares. Si ocurre un desequilibrio en la circulación (aumento de producción o incorrecta reabsorción), el líquido pleural se acumula y puede generar un derrame pleural.

El derrame pleural es una complicación clínica muy peligrosa, siendo los primeros síntomas para determinarlo la disnea, el dolor pleurítico o la tos seca. Una vez confirmado, por ejemplo mediante análisis radiográficos, puede investigarse la causa estudiando una muestra del líquido pleural, extraído del paciente mediante un procedimiento conocido como toracentesis.

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