En el caso de los libros está claro que los antiguos rollos necesariamente determinaron una diferencia en la dinámica de la lectura y la transmisión del saber.

No hay que ser muy perspicaces, los libros no existieron desde siempre. Las grandes sagas guerreras que dieron origen a la épica griega se transmitieron oralmente, de generación a generación, durante cientos de años, posiblemente miles. La Ilíada y la Odisea son solo dos exponentes de aquellas viejas sagas, que descollaron por su fuerza y su factura poética. Sin embargo, no hay que olvidar cuánto debe a la introducción del papiro y de la escritura en Grecia el hecho de que estos poemas hayan llegado hasta nosotros. El impacto de haber fijado la oralidad griega. Un hecho que cambió la civilización y la cultura.

Hacia el siglo VIII a.C. se tienen las primeras noticias de la adaptación del alfabeto fenicio en la costa este del Egeo. La tradición ubica la incierta existencia de un tal Homero, a quien se atribuyen los primeros cantos griegos fijados a través de la escritura. Dos siglos después el tirano Pisístrato mandó a hacer una versión definitiva de los poemas homéricos.

En la Grecia del siglo V, la “industria” editorial, un libro (biblíon) era básicamente un rollo compuesto por una cantidad de hojas de papiro pegadas una junto a otra (volumen). Se cortaban en tiras, se engomaban y maceraban, se comprimían dos capas, una en sentido vertical y otra horizontal, hasta alcanzar una “hoja” resistente y flexible.

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