Tanto Heródoto como Tucídides coinciden en afirmar que Esparta atravesó un largo período de desórdenes sociales y anarquía. A esta caótica situación habría puesto remedio el mítico Licurgo a principios del siglo VIII a.C..

Según la leyenda, Licurgo se desplazó a Delfos, de donde volvió con una constitución, llamada la Gran Retra, que durante cinco siglos regiría la polis peloponesia. Se trataba de una legislación oral que establecía la construcción de templos dedicados a Zeus y Atenea; definía la estructura tribal espartana y fijaba las instituciones políticas de la ciudad: gerusía, doble monarquía y la asamblea ciudadana conocida como la Apella.

Todos los ciudadanos espartanos, excepto los pertenecientes a las dinastías reales, las mujeres y los esclavos tenían que seguir la agogé. Era una auténtica academia militar en la que el único lujo concedido a los muchachos era una capa que llevaban en invierno y verano.

Se les obligaba a no llevar calzado, a tener una única prenda de vestir para todas las estaciones y a dormir sobre lechos de juncos y ramas. Todo ello se complementaba con un régimen alimentario más bien escaso: el plato principal era un caldo negro, de cerdo, servido con sangre y vinagre.

Una vez los ciudadanos hubieron aceptado la nueva legislación les hizo jurar que no la modificarían hasta su vuelta, tras lo cual se alejó de la ciudad y se dejó morir de hambre.

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