Galileo fuera la primera persona que intentó medir la velocidad de la luz utilizando un sistema parecido al que había usado para medir la velocidad del sonido.

En 1676 Ole Rømer realizó la primera estimación cuantitativa de la velocidad de la luz. Y curiosamente, su descubrimiento tiene mucho que ver con Galileo. No con el método que puso en marcha el científico paisano, sino con otra cosa: el descubrimiento de Ío, Europa, Ganímedes y Calisto, cuatro de los satélites de Júpiter.

Rømer, años después, dedicó muchas horas a observar detalladamente el movimiento de Ío. Se dio cuenta de que se podía medir cuanto tardaba el satélite en dar una vuelta alrededor de Júpiter observando sus movimientos de entrada y salida en la sombra de Júpiter. Estimo que, aproximadamente, tardaba 42,5h (poco más de día y medio). Pero algo no cuadraba.

En algunos momentos, Ío salía de la sombra de Júpiter más tarde de lo previsto. Eso sorprendió a Rømer. ¿Era posible que Ío no tardara siempre lo mismo en hacer ese recorrido?. No tenía mucho sentido, hasta que se percató de que Ío tardaba más cuando Júpiter y la Tierra estaban separándose, pero que tardaba menos cuando se aproximaban.

En 1728 el astrónomo británico Bradley confirmó que la luz tiene una velocidad finita. Pero el cálculo preciso de esta velocidad, 299 792 458 m/s, no pudo efectuarse hasta la segunda mitad del siglo XX mediante técnicas cada vez más precisas con obturadores electroópticos y aparatos láser estabilizados.

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