Para que un fuego siga vivo hace falta oxígeno. Por eso, la mejor forma de apagar una sartén en llamas es taparla, y dejar que se quede sin aire, y por eso la espuma que contienen los extintores domésticos está hecha de dióxido de carbono, un gas que sustituye al oxígeno y consigue así que el fuego se sofoque.

Sin embargo, todos los días tenemos sobre nuestras cabezas un fuego perenne, el del Sol, que lleva millones de años en marcha y tiene una vida prevista de varios millones más y que, sin embargo, se encuentra en un ambiente en el que no hay oxígeno, el denominado espacio exterior.

Así, el Sol no «arde» en el sentido que lo hace un tronco o un papel en el fuego. En su núcleo se producen constantes reacciones nucleares y son ellas las que producen la luz y el calor que sentimos desde nuestro Planeta.

Dentro del Sol hay átomos de hidrógeno —que es el elemento más abundante en esa estrella— que gracias a las altísimas temperaturas a las que se encuentran se fusionan para producir helio. Esa reacción genera una enorme cantidad de energía, tanta que permitirá que nuestra estrella siga viva y ardiendo durante muchos millones de años.

La gente, incluidos los científicos, dice a veces que el Sol «quema hidrógeno» para brillar. Pero se trata solo de una forma de decir. En realidad, el hidrógeno no se quema, sino que se funde en helio. Así que no se necesita oxígeno.

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