El Premio Nobel de Física de 1921 se otorgó, en 1922, a Albert Einstein por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico.

Tras revolucionar la física a principios del siglo XX, era evidente que Einstein sería galardonado con el Premio Nobel, pero resulta chocante que este reconocimiento tardara tanto tiempo en llegar y que además le fuera otorgado especialmente por su descubrimiento del efecto fotoeléctrico, que postula que la luz se transporta en diminutos paquetes. Este revolucionario concepto fue una semilla que contribuyó al desarrollo de la física cuántica y era suficiente mérito para recibir el premio pero el Comité Nobel no reconoció el mayor de sus aportes: introducir un cambio radical en la forma que tenemos de concebir el espacio, el tiempo y la energía.

Los detractores de la teoría sostenían que se trataba de mera filosofía y en especial Philipp Lenard argumentaba que no se basaba en experimentos y descubrimientos concretos y catalogaba la relatividad como una conjetura filosófica, característica distintiva de la “ciencia judía”.

El Comité dejó desierto el galardón de 1921 aplazando su entrega para el año siguiente dada la polémica en que estaba envuelta la teoría.

El físico teórico Carl Oseen resolvió la situación proponiendo a Einstein al premio por el efecto fotoeléctrico, ley plenamente comprobada.

Fue una exquisita ironía: su detractor Lenard había sido pionero en ese campo y había propuesto una explicación que finalmente resultó ser errónea.

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