A consecuencia del descubrimiento de América y del incremento del tráfico marítimo se perseguía el rescate de mercancías y pertrechos de los navíos que naufragaban y se perdían por la acción de tormentas y huracanes.

Con este objetivo, la Corona española promovió todo tipo de diseños que se demostrarían eficaces. Protegió a los inventores con los «Privilegios de invención» y exclusivos contratos de rescate.

En 1597 Jerónimo de Ayanz ganó una cédula de privilegio para utilizar en las Indias varios de sus inventos: unas gafas de buceo, contenedores de aire con boquilla y tubos con válvulas de purga y suministro desde superficie, que él mismo probó ante el rey Felipe III, sumergiéndose en el río Pisuerga durante una hora. Esta inmersión puede considerarse la primera referencia oficial a un equipo de buceo probado con éxito.

A principios del siglo XVII, otros dos inventores españoles crearon un auténtico traje de buzo. Diego de Ufano, un ingeniero militar español destinado en Flandes, presentó en 1613 una solución global a la recuperación de los cañones de los pecios.

En 1623, el secretario real Pedro de Ledesma describió en una obra manuscrita el traje de buzo utilizado habitualmente para rescatar los galeones.

Los trajes de Ufano y Ledesma –mejorados en 1720 por Alejandro Durat con fuelles y mangueras que permitían la renovación del aire– sentaron las bases para la moderna escafandra de buzo con casco rígido, inventada en 1818 por el inglés Augustus Siebe.

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