Los esenios eran los miembros de una secta judía, establecida probablemente desde mediados del siglo II a. C. tras la Revuelta Macabea, y cuya existencia hasta el siglo I a. C. está documentada por distintas fuentes.

Durante mucho tiempo fueron conocidos solo por las referencias de autores antiguos, tales como Plinio el Viejo,​ Flavio Josefo, Filón, Dión Crisóstomo, Hipólito de Ostia y Epifanio de Constancia, aunque para algunos estudiosos, los esenios eran un grupo de ascetas que vivían aislados en comunidades separadas.

Probablemente la mayoría de los varios miles de miembros del credo vivían en pueblos y ciudades​ y una importante comunidad esenia vivía en Jerusalén,​ en cuyas murallas se encontraba la «puerta de los esenios»,​ que ha sido encontrada ya por los arqueólogos.

Leían constantemente la ley de Moisés y se esforzaban por observarla en todos los detalles de su existencia. Vivían, vestían y comían con sencillez. Se dedicaban a la agricultura y a otros trabajos útiles; además, eran autosuficientes. Cuando viajaban, eran alojados y alimentados gratuitamente por miembros de la comunidad de otros lugares. No poseían esclavos, porque no reconocían diferencias de condición.

En el siglo XIX, los esenios fueron popularizados por los escritos del espiritista Allán Kardec (1804-1869) y la teósofa Madame Blavatsky (1831-1891), así como a inicios del siglo XX los escritos de Josefa Luque (1893-1965).

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