La teoría de la generación espontánea era una antigua teoría biológica que sostenía que ciertas formas de vida podían surgir a partir de la materia no viviente. Era una creencia muy arraigada, ya descrita por Aristóteles.

Esta teoría intentaba explicar como nacían larvas de moscas de la carne podrida, gusanos del fango, hongos de los lugares húmedos e incluso ratones.

Comenzó a ponerse en cuestión en el siglo XVII, a partir de los experimentos de Redi que demostró que si no había contacto entre la carne y las moscas, no surgían larvas. La refutación definitiva la realizó Pasteur en 1861, con un experimento en el que demostró que tampoco los microbios surgían por generación espontánea. Veamos:

Pasteur utilizó dos frascos con cuello doblado en S, e introdujo en ambos la misma cantidad de caldo de carne. Los hizo hervir para esterilizarlos. La forma del cuello impedía que los microbios del aire llegaran al interior, al quedar retenidos en el tubo, y el caldo no se corrompía.

Pasado un tiempo, cortó el tubo de uno de los frascos, y observó que el matraz abierto tardó poco en descomponerse, mientras que el cerrado permaneció sin cambios. Gracias a Pasteur, la generación espontánea fue desterrada de la ciencia, y a partir de entonces se aceptó el principio: "todo ser vivo procede de otro ser vivo".

Como curiosidad, señalamos que aún se conservan en el Museo Louis Pasteur de París, algunos de los matraces que el científico utilizó para su experimento.

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