En el siglo XVIII, la conservación de alimentos se había convertido en una necesidad acuciante para los ejércitos, y más para los marinos, que se embarcaban en viajes oceánicos que duraban meses e incluso años.

Fue un francés, Nicolas Appert, de profesión confitero, quien en torno a 1795 ideó un procedimiento de conservación tan sencillo como eficaz.

Consistía en colocar los alimentos en un tarro de cristal cerrado herméticamente y hervirlo durante un cierto período con lo que se mataban los microorganismos y la comida se conservaba en perfecto estado y con todo su sabor.

Appert creó una fábrica con decenas de trabajadores y suministró sus tarros a la marina francesa. En 1810, el gobierno de Napoleón le ofreció un premio de 12.000 francos a cambio de publicar su método en un libro del que se hicieron varias ediciones.

Otro francés, Philippe de Girard, marchó a Londres con la intención de explotar económicamente el invento. Girard aportó una innovación decisiva: usó recipientes de hojalata (láminas de hierro bañadas en estaño).

Se asoció el comerciante inglés Peter Durand que inventó la lata de conservas el 25 de agosto del año 1810, con la patente número 3372.

En 1811, Durand vendió la patente a otro empresario, Bryan Donkin, un destacado ingeniero e inventor.

Dos años más tarde, Donkin inauguró la primera fábrica de latas de conserva de la historia. Se convirtió en suministrador oficial de comida enlatada para la marina británica.

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