En el siglo XVIII un español, Roque Joaquín de Alcubierre, inició una serie de excavaciones que descubrieron la localización de Pompeya.

Nacido en Zaragoza en 1702, el ingeniero militar viajó a Italia para trabajar en las obras relacionadas con el palacio real de Portici. Su inquietud cultural le llevó a la búsqueda de tesoros antiguos en la península itálica; excavó pozos y túneles subterráneos hasta que dio con el teatro de Herculano, también sepultada por el Vesubio.

En 1748 las excavaciones prosiguieron en el área circundante hasta que Alcubierre creyó haber encontrado la ciudad de Estabia. En una de las lápidas encontradas se leía lo siguiente: Res Publica Pompeianorum.

La ambición de Alcubierre no concluiría con Pompeya y siguió excavando hasta hallar los restos de Estabia, Cumas, Sorrento, Mercato di Sabato y Bosco de Tres Case. Murió en Nápoles el 14 de marzo de 1780.

El arqueólogo alemán Winckelmann, ansioso de apoderarse de la fama y los méritos de lo encontrado en Pompeya, contribuyeron a que la figura del español cayera en el olvido.

Fernando I de Borbón, rey de las dos Sicilias, ignoró el valor histórico de los objetos extraídos de los yacimientos; cambió 18 papiros descubiertos en Herculano por el mismo número de canguros para el jardín temático de su amante.

Sería a partir de 1865 cuando, gracias al arqueólogo italiano Giuseppe Fiorelli, lograrían desenterrar edificios casi intactos, murales y cuerpos de los pompeyanos fallecidos.

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