La revolución agrícola fue seguida por la revolución industrial. En Inglaterra el desarrollo industrial se vio favorecido por a existencia de un sistema político estable. A principios del siglo XVIII la corona pasó a los Hannover, con Jorge I y Jorge II, que consolidaron el régimen parlamentario, concediendo más poder al parlamento y al primer ministro.

El primer ministro más importante del período fue Robert, principal representante de los whigs, el partido de la burguesía mercantil e industrial. Gobernó el país durante más de veinte años, hasta 1742, adoptando políticas que favorecían la iniciativa privada, bajando los impuestos y potenciando las infraestructuras de comunicación y transporte.

Buena parte de los capitales acumulados por los terratenientes se invirtieron en la naciente industria. La primera de ellas fue la industria textil, que las recientes innovaciones tecnológicas hacía más rápida y productiva. La gran revolución se produjo con la máquina de vapor inventada por James Watt, que permitía accionar varias máquinas a la vez y construir fábricas lejos de los cursos de agua.

Otro sector que se benefició de las innovaciones de la primera revolución industrial fue el siderúrgico. El hierro inglés era de mala calidad, pero con el empleo de nuevas máquinas a vapor se pudo mejorar su procesado; la producción mejoró cuantitativa y cualitativamente, permitiendo la fabricación de objetos a menor coste y su exportación al continente.

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