Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor vino al mundo el 25 de noviembre de 1328, en el castillo familiar de Illueca (Zaragoza).

De reconocida inteligencia y de cultivada sabiduría, dirigió sus pasos hacia la carrera eclesiástica, en la que prosperó y con la que también influyó en la política del momento.

Pedro Martínez de Luna se convirtió así en papa en la obediencia de Aviñón en el año 1394. Se mantuvo firme en defensa de la legitimidad de su papado hasta su muerte. Por ello convivió con los papas que coprotagonizaron el cisma: Bonifacio IX, Inocencio VII y Gregorio XIII -quienes se sucedieron en el otro bando del Cisma de Occidente- y con Alejandro V y Juan XXIII, quienes a su vez se sucedieron tras el Concilio de Pisa.

La cabezonería de Benedicto XIII se convirtió en legendaria y en irritante para quienes se esforzaron -y no fueron pocos- en buscar una salida que solucionara el tremendo cisma que dinamitó a la Iglesia Católica durante años, desde 1378 hasta la elección de un pontífice de consenso en noviembre de 1417.

Aislado, sin respaldo del poder civil, excomulgado, declarado hereje y antipapa. Así murió Benedicto XIII el 23 de mayo de 1423, el conocido popularmente como el Papa Luna. Pasó a la historia no solo por su posición protagonista durante el Cisma de Occidente que dividió a la Iglesia Católica sino por su terquedad. Una obstinación que acabó exasperando a reyes y hasta a un santo, y que inspiró la popular expresión «mantenerse en sus trece».

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