La Nueva Canción Chilena logró ser uno de los movimientos de la canción de autor y música popular más importantes de América Latina a lo largo del siglo XX. Solistas como Rolando Alarcón, Víctor Jara, los hermanos Ángel e Isabel Parra o conjuntos como Quilapayún o Inti-Illimani, abanderan un movimiento cultural y, con el tiempo, contestatario a la represiva realidad política chilena. Este movimiento no sería posible sin la labor previa de la malograda Violeta Parra (1917-1967).

De origen campesino, se trasladó a Santiago, donde cantó en bares y centros populares canciones de corte festivo. A partir de los años 50 se entrega a la búsqueda e interpretación del folklore y la poesía insertos en la memoria del pueblo.

Canciones amables, unas y peleonas, otras; gritos de desesperación y tonadas tiernas o quejumbrosas revelan el quehacer y el ser complejo de esta cantora irrepetible. Desde "Maldigo del alto cielo" a "Yo canto a la diferencia" pasando por "Arauco tiene una pena", "Según el favor del viento" o "Se juntan dos palomitas" su extensa obra sobrepasa los límites de la música. Además de componer destacó como pintora y escultora.

De intensidad y sensibilidad extrema, el exceso y un constante afán libertario y de justicia, hicieron que Violeta Parra no distinguiera entre el arte y la vida y que se sumiera en los más enfrentados estados del alma, la dicha y el quebranto.

Ironías de la vida, se suicidó poco después de grabar "Gracias a la vida".

Más información: www.elperiodico.com