Pintor y grabador holandés, Rembrandt van Rijn (1606-1669) ha mostrado con singular penetración, con una honda comprensión, tal vez solo igualada por Velázquez, la dimensión interior del ser humano.

Cada uno de los rostros que pintó es en si mismo el descubrimiento de un alma, y la prolongada serie de autorretratos que compuso desde su brillante juventud como pintor de éxito en Ámsterdam hasta su vejez pobre y solitaria es una sincera e inolvidable biografía.

En su obra destaca el uso del claroscuro, el manejo de la luz y la sombra influenciado por la escuela de Caravaggio.​ Igualmente se caracteriza por su visión dramática y emotiva de temas que tradicionalmente habían sido tratados de una forma impersonal: Rembrandt muestra el sentimiento de empatía que desprende su visión de la humanidad, independientemente de la riqueza o la edad del retratado. Su propio entorno familiar aparece en sus pinturas, en ocasiones representando temas bíblicos, históricos o mitológicos.

Rembrandt no solo fue un maestro de la pintura al óleo sino que también destacó como artista gráfico. Trabajó el aguafuerte, una técnica más ágil que la del burí: en vez de rascar esforzadamente una superficie de plancha de cobre, la cubría con cera y podía dibujar en ella con un punzón. Después metía la plancha dentro de un ácido que atacaba las partes libres de cera y así se traspasaba el dibujo a la plancha de cobre: se podía imprimir después igual que un grabado.

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