La morfina fue aislada del opio por el farmacéutico alemán Friedrich Wilhelm Sertürner en 1806.

Cuando Friedrich era un joven aprendiz, más tarde obtuvo el título de asistente, al poco tiempo disolvió opio en un ácido y lo redujo con amoníaco, finalmente obtuvo unos cristales (de color gris-amarillento) que probó en perros y gatos, observando su alto poder hipnótico.

En una ocasión, durante un terrible dolor de muelas, Sertürner fue más allá.

Tomó una pequeña cantidad de esta sal y sintió un gran alivio. Inmediatamente se quedó dormido.

Cuando despertó (8 horas después) se levantó sin la más mínima molestia, había conseguido la morfina, un fármaco realmente eficaz contra el dolor.

El siguiente paso era saber qué sucedía si aumentaba o disminuía la cantidad, decidió tomar él mismo, junto a tres jóvenes voluntarios, diferentes cantidades.

Durante el experimento, los cuatro sintieron sensaciones distintas: de felicidad, mareo, somnolencia, confusión y por último fatiga excesiva.

Tras el ensayo, Sertürner llegó a la conclusión de que 15 mg de esta droga era la dosis óptima para el hombre y la bautizó con el nombre de morfina, inspirándose en el dios griego del sueño: Morfeo.

Friedrich Wilhelm Sertürner murió, deprimido y adicto a la morfina, sin ser consciente de todo el potencial de su descubrimiento.

Un reconocimiento que llegaría unos años más tarde, tras la invención de la jeringuilla y por tanto la medicación intravenosa.

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