La Península Ibérica tiene una actividad sísmica relevante, especialmente en el Sur y en la zona pirenaica. Hasta la fecha la mayor parte de los terremotos han sido de magnitudes inferiores a 7, a excepción de los ocurridos en la falla Azores-Gibraltar en 1755 y en 1969.

En 1755 se produjo el conocido terremoto de Lisboa y el posterior tsunami con olas de entre 6 y 20 metros de altura que afectó al Sur Peninsular y Norte de África; se caracterizó por su gran duración y por su violencia, causando. ​Los geólogos estiman que la magnitud sería cercana a 9 en la escala actual, con su epicentro en un lugar de la falla Azores-Gibraltar, en el Océano Atlántico, a menos de 300 km de Lisboa.

El sismo fue seguido por tsunamis e incendios que causaron la destrucción casi total de Lisboa, falleciendo en torno a 90 000 personas de una población de ​275 000. Otras 10 000 murieron en Marruecos, y más de 1 000 en Ayamonte (España). Se registraron daños de consideración en numerosos puntos del Sur de Portugal y España, como en Almería, donde se resquebrajaron los muros de la Alcazaba, y se conformó la actual costa de las provincias de Huelva y Cádiz.

Se trata del primer terremoto cuyos efectos fueron estudiados científicamente, por lo que marcó las bases de la sismología moderna. Fue percibido en lugares tan alejados como las Antillas, Madeira, Suecia, Gran Bretaña e Irlanda. Su devastación fue tan intensa que produjo una gran conmoción social en la época.

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