Se llama disfagia a la dificultad para la deglución ocasionada por alteraciones estructurales o funcionales, que provocan debilitamiento de la musculatura faríngea o laríngea. La palabra une los términos griegos "dys" y "fagia", que significan dificultad para comer.

Las causas de la disfagia son múltiples. La mayoría de veces es debida a enfermedades neuromusculares y no a alteraciones estructurales. El 15% de las personas mayores de 65 años la padecen, el 40% de ancianos que viven en residencias la sufren y, hasta el 47% de personas que han sufrido un accidente cerebrovascular (ictus), padecen disfagia en algún momento de su enfermedad.

Suele venir acompañada de dolor, y a la larga puede provocar pérdida de peso y desnutrición, deshidratación, estreñimiento, caídas, fatiga, hipotensión, úlceras por presión, e incluso neumonías por aspiración.

Al cuidar personas dependientes, conviene estar atento a los siguientes signos, habitualmente achacados a la enfermedad o a la edad, pero que podrían indicar una disfagia: negativa a comer, beber o probar ciertos alimentos, miedo a comer solo, fiebre, pérdida de peso o musculatura, babeo, tos, atragantamiento, o reiteradas infecciones respiratorias.

Debido a que la disfagia es un síntoma, y no una enfermedad, no se puede hablar de un tratamiento concreto, pues dependerá de la patología causante. Mientras tanto, se puede adaptar la dieta, modificando textura y composición líquida de alimentos, intentando facilitar su ingesta.

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