Un incunable (del latín incunabulae, en la cuna) es todo libro impreso durante el siglo XV. Concretamente, antes del día de pascua de 1501, pues en esa época se hacía comenzar el año en este día.​ Fue posiblemente Cornelius Beughem quien empleó la palabra por primera vez, en su Incunabula typographiae (1688).

Previamente se atribuye dicho término a Bernhard von Mallinckrodt quien llamaría a esta época “typographicae incunabula” en 1640 en su obra De ortu et progressu artis typographica.

En este período la industria tipográfica todavía no se había especializado: el impresor era dueño y manipulador de la prensa, fundidor de tipos, fabricante del papel, encuadernador, editor, librero, artesano, artista y erudito. Algunos de ellos dejaban una «marca de agua» o filigrana en el papel que fabricaban, de esa manera sabemos quién la editó; pero hay muchos que carecían de firma y fecha. Hoy en día, estudios científicos que analizan los tipos de fundición utilizados, han ayudado a catalogar la mayoría de las ediciones existentes. Estas ediciones son documentos históricos que, por primera vez, pusieron la cultura al alcance de todos.

El primer libro impreso, que puede calificarse como incunable fue la Biblia (1454) obra del propio inventor de la imprenta, el alemán Johannes Gutenberg, obra que realizó en trescientos ejemplares de mil doscientos ochenta y dos hojas cada uno.

El primer libro español impreso fue el Sinodal de Aguilafuente, que vio la luz en 1472, en Segovia.

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