Los eritrocitos (del griego ἐρυθρός ‘rojo’, y κύτος ‘bolsa’), también llamados glóbulos rojos o hematíes, son las células sanguíneas más abundantes. Su principal misión es transportar O₂ y CO₂ entre los tejidos y los pulmones.

En estado fresco son de color rojo anaranjado, de ahí el nombre de eritrocitos. Este color es debido a su alto contenido en la proteína hemoglobina, responsable del color rojo de la sangre, y de realizar el transporte de O₂ y CO₂.

La cantidad considerada normal en la especie humana fluctúa entre 4 500 000 (en la mujer) y 5 400 000 (en el hombre) por milímetro cúbico (o microlitro) de sangre,​ es decir, aproximadamente 1000 veces más que los leucocitos (glóbulos blancos).

Los eritrocitos de los mamíferos no poseen núcleo cuando llegan a la madurez, es decir, pierden su núcleo celular y por lo tanto su ADN; los anfibios, reptiles y aves tienen eritrocitos con núcleo. Los eritrocitos también pierden sus mitocondrias y utilizan la glucosa para producir energía mediante el proceso de glucólisis seguido por la fermentación láctica.

En los mamíferos tienen forma de disco bicóncavo, con la zona central deprimida debido a la ausencia de núcleo. Miden unos 8 µm de diámetro y unas 2 µm de espesor en la zona más ancha.

Son producidos continuamente en la médula ósea de los huesos largos, aunque en el embrión, el hígado es el principal productor de eritrocitos. El bazo actúa como reservorio de eritrocitos, pero su función es limitada en los humanos.

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