Las ramas del olivo han tenido, tienen aún, en la cultura de los pueblos que forman parte de nuestro entorno cultural, una gran carga simbólica como heraldos de la paz y de la concordia.

La bandera blanca, que enarbolamos en nuestros días en solicitud de negociaciones y treguas entre partes en conflicto con el objetivo de lograr el cese de las hostilidades y la búsqueda de compromisos, recoge una parte del significado que antaño tenían los ramojos de los olivos.

Noé, al recoger la hoja de olivo que le trajo la paloma, al término del diluvio universal judeocristiano, calificó a ambos como signos de paz duradera entre el hombre y la naturaleza. Es, entre otras, la interpretación del padre jesuita J. M. Igartua en su libro El enigma de la profecía de san Malaquías sobre los Papas (2009).

El olivo estaba consagrado a Atenea, la diosa de la paz y la negociación. En algunas ocasiones, a la diosa Minerva (versión romana de Atenea) se la representa con una rama de olivo en la mano derecha (Minerva Pacífera).

El olivo destruido por un rayo suponía, en la cultura griega y romana, el rompimiento inmediato de las treguas de paz y, a la vez, era el preludio de desgracias, carestías y catástrofes naturales.

Las ramas de olivo aparecen en los emblemas de muchos países, como la bandera de Chipre y el escudo de Israel.

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