De origen humilde, su buen hacer en la administración posibilitó que Leopoldo de Gregorio, (1699-1785), disfrutara de una exitosa carrera política, culminada con su nombramiento como Marqués de Esquilache en 1755. Su buena administración fue bien acogida en las reformas de la villa de Madrid, que incluyeron saneamiento y alumbrado, además de mejoras notables en el trazado urbano que han perdurado y permitieron que a Carlos III se le llamase con el transcurrir del tiempo "el mejor Alcalde de Madrid".

Las envidias despertadas y su origen extranjero, era siciliano, facilitaron la instrumentalización de la insurrección que estalló en Madrid como consecuencia del decreto por el que se exigía el cumplimiento de la vieja ordenanza que prohibía el uso de capas largas y sombreros anchos, empleados con frecuencia por los criminales para ocultar su identidad.

Contó con la manifiesta hostilidad de la mayoría de la nobleza presente en la corte, que le vio como un extranjero empeñado en aplicar sin medida el despotismo ilustrado. La Iglesia, especialmente la Compañía de Jesús, airada con su política anticlerical, se opuso a las medidas que la obligaban a la no confiscación libre de bienes sin antes recurrir al Estado y a la obligación de pagar tributo por los bienes que tuviera en desuso.

Carlos III depuso al marqués de todos sus cargos viéndose obligado a abandonar la capital y a refugiarse primero en Cartagena y más tarde en Sicilia.

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