La pintura representa el mito griego de Apolo y Dafne, que Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.) relata en su poema Las metamorfosis.

Cuentan que Apolo, arrogante, se burló de las flechas y méritos de Eros; por lo que este planeó vengarse del siguiente modo: primero disparó una de sus flechas de oro al corazón de Apolo, que haría que se enamorara de la primera persona que viera. Después atravesó con una de sus flechas de hierro a la hermosa ninfa Dafne, que se encontraba caminando por una arboleda cercana. Estas flechas causaban el efecto contrario: miedo y rechazo.

La ninfa corrió asustada, llamando la atención de Apolo, quien se enamoró al instante de ella. Con gran pasión, Apolo se lanzó en persecución de Dafne, pero esta, atemorizada, no dejaba de huir de él. Cuando llegó a orillas del río, agotada, pidió ayuda a su padre, dios del río, y este resolvió transformarla en un árbol de Laurel.

Cuando Apolo alcanzó a Dafne, la transformación estaba empezando: los pies de Dafne se enraizaron en el suelo, su piel se cubrió de corteza y su cabello de hojas. Apolo se abrazó al árbol y se echó a llorar, diciendo: «puesto que no puedes ser mi mujer, serás mi árbol predilecto y tus hojas, siempre verdes, coronarán las cabezas de las personas en señal de victoria».

De ahí el significado de la corona de laurel que siempre hemos visto en dioses, poetas, emperadores o deportistas olímpicos. Apolo usó sus poderes divinos para mantener su amado árbol siempre joven, fresco y triunfante.

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