Carlomagno fue coronado como Emperador de los Romanos en la basílica de San Pedro en Roma en el año 800. Con este gesto, el Papa buscaba restaurar la autoridad de la Cristiandad occidental en la figura de un nuevo líder, transfiriendo de nuevo a Roma el poder efectivo y simbólico que había perdido en favor de Constantinopla.

La coronación de Carlomagno fue una cuestión de conveniencia entre él y el Papa León III, al que había ofrecido protección tras escapar de un intento de asesinato y refugiarse en su corte.

Carlomagno había ampliado desmesuradamente el reino franco por medio de las armas. Para mantener su control necesitaba la autoridad moral que solo el Papa le podía conceder. Por su parte, León III requería de un protector poderoso que le garantizara su lugar al frente de la Iglesia y su propia vida. Además, Carlomagno era el hombre que necesitaba para restaurar del liderazgo de la Cristiandad occidental frente al poder de Constantinopla.

El rey franco acompañó a León III a Roma, asegurándole su protección frente a sus opositores en la Iglesia y restaurando su poder como Papa. Ya fuera por iniciativa del pontífice o por un acuerdo entre ambos, durante la misa de Navidad celebrada en la antigua basílica de San Pedro, Carlomagno se arrodilló frente al altar para rezar, momento en el cual León III lo coronó como Emperador de los Romanos: un título que sancionaba su autoridad sobre los nobles de cualquier rango en los territorios bajo el dominio franco.

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