La existencia de mujeres guerreras en Japón está documentada a partir el siglo XII.

Mucho antes encontramos una figura semilegendaria en la emperatriz Jingû, que lideró una supuesta invasión de Corea a principios del siglo III.

Las onna-bugeisha (maestras del combate) eran entrenadas en el uso de varias armas, pero entre ellas destacaba la naginata, una lanza japonesa de hoja curva.

Las mujeres se encargaban principalmente de la defensa y las armas de largo alcance eran más adecuadas para repeler a los invasores.

Las armas arrojadizas como los kunai o los shuriken formaban parte del arsenal de las onna-bugeisha, ya que con ellas podían atacar sin abandonar su posición defensiva. También eran muy usadas por las kunoichi (mujeres ninja) por la facilidad de esconderlas entre la ropa.

La mayoría de las onna-bugeisha lucharon en las Guerras Genpei (1180-1185) o en el periodo Sengoku (1467-1568), dos etapas de guerra civil entre los muchos clanes que gobernaban un Japón dividido.

Guerreras de esa época son Myôrin, una monja budista que tomó las armas al servicio de varios señores; Yodogimi, concubina de un poderoso señor feudal o Yuki no Kata, esposa de un samurái.

Yae Niijima participó en la batalla de Aizu-Wakamatsu, consiguió sobrevivir y ponerse a salvo. Participó en la primera guerra sino-japonesa (1894-1895) y en la guerra ruso-japonesa (1904-1905), como enfermera. Con ella terminó la historia de las onna-bugeisha.

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