F. W. Murnau causó sensación por vez primera con Nosferatu, el vampiro (1922), una adaptación de la novela Drácula (1897), de Bram Stoker. Buena parte de los problemas futuros con los que tropezaría Nosferatu, relativos a la desaparición de negativos y otros males que aquejan a las obras del cine mudo, radican precisamente en su propio planteamiento como adaptación libre: la productora no compró los derechos de la novela, esperando que con los cambios de nombres, de localizaciones y de algunas situaciones pasaría inadvertida la fuente original.

Sin embargo, la viuda de Stoker puso un pleito a la Prana-Film y la sentencia, emitida en julio de 1925, condenó a la productora a destruir todas las copias y negativos. Afortunadamente, la sentencia no se ejecutó a rajatabla, por lo que aún hoy podemos disfrutar de la que está considerada como una de las películas más importantes del cine fantástico de todos los tiempos.

Hay que destacar la colaboración en el filme de dos de las figuras clave del expresionismo cinematográfico alemán, el guionista Henrik Galeen y el operador jefe Fritz Arno Wagner. Pero pese a haberse rodado en la época de esplendor del expresionismo, Nosferatu se desmarca de esta corriente. En lugar del estudio, utilizado casi permanentemente por los cineastas expresionistas, F. W. Murnau prefirió rodar la mayor parte de las escenas al aire libre.

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