La restauración Meiji supuso un cambio absoluto en la sociedad japonesa de manera que en apenas cuatro años de 1866 a 1869 pasó de ser un régimen feudal a abrirse a la Revolución Industrial.

Parte de la aristocracia se unió en torno a la figura del emperador Meiji Tennö, que hasta entonces solo detentaba el poder religioso. El emperador dictó el fin de los privilegios de los samuráis. Algunos se rebelaron, pero no hubo marcha atrás. Los rebeldes samurái se enfrentaron con sus armas tradicionales al ejército del emperador, armado con tecnología bélica europea: murieron cerca de 20 000.

También se permitió por primera vez que las personas tuvieran apellido. Hasta entonces, solo la aristocracia tenía ese derecho. De hecho, los que pertenecían a las clases más bajas a veces no tenían ni nombre, se les llamaba por su oficio, cosa que explica esa falta de individualidad en la sociedad japonesa.

Tras la restauración, Japón se abrió al comercio con el extranjero que los samuráis habían prohibido por miedo a que la influencia exterior debilitara su poder.

Entre 1875 y 1890 se contrataron miles de técnicos y expertos occidentales. De los prusianos se estudió su Constitución; de los ingleses, la Revolución Industrial y de los italianos, los estudios de arte, lo que potenció mucho la educación japonesa.

Eso sí, cuando ya habían aprendido lo suficiente de un occidental, se le invitaba a que abandonaran el país. Modernidad y tradición, siempre de la mano en Japón.

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