El sevillano Diego Velázquez (1599-1660), artista de la corte pero sobre todo gran revelador pictórico del alma humana, alcanzó muy pronto su plena e inconfundible personalidad. Pero en su primera juventud se entusiasmó con el naturalismo de Caravaggio (1573-1610) y sus seguidores.

El pintor italiano introdujo la costumbre revolucionaria de inspirarse en personas pobres y marginales para pintar a personajes bíblicos y religiosos con lo que alcanzó un insólito realismo pictórico. Indiferente a los modelos clásicos y a una supuesta belleza ideal, se propuso pintar fielmente la verdad. Por eso, tomó como modelo a personas del pueblo llano y las pintó tal cual, sin embellecerlas. Con ello consiguió acercarse a la verdad enraizada en un mundo de campesinos, pescadores y gente llana.

Tras asimilar otras influencias, como las del veneciano Tiziano, superó todo el arte anterior en la seguridad con que plasma en un rostro el carácter más hondo de una persona. Esta penetración psicológica, junto a la precisa armonía de los colores y la facilidad para producir un efecto intenso con una pincelada le convierten en uno de los más grandes pintores de todos los tiempos.

Su catálogo consta de unas 120 obras. De sus primeros tiempos destacan "Vieja friendo huevos" y "El aguador de Sevilla". Más tarde fue nombrado pintor del rey Felipe IV y ascendido a pintor de cámara, período en el que sobresalen "Retrato del papa Inocencio X", "Las meninas y "Las hilanderas", sus obras maestras.

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