A finales del siglo III a.C., Roma libró uno de los conflictos más importantes de su historia: la Segunda Guerra Púnica, que la enfrentó a la metrópoli africana de Cartago.

En el 205 a.C. Publio Cornelio Escipión, el general romano que había asegurado el control de Hispania, fue elegido cónsul. Se propuso terminar la guerra definitivamente.

El 19 de octubre del 202 a.C., Aníbal y Escipión se encontraron con sus ejércitos en Zama, cerca de Cartago, donde se libraría la última batalla de la Segunda Guerra Púnica.

Los números de los cartagineses eran superiores y contaban con 80 elefantes de guerra una de sus mejores armas a lo largo del conflicto.

Escipión hizo sonar las trompetas para asustar a los animales, a los que luego la infantería ligera atacó con jabalinas y piedras. La caballería romana atacó las dos alas de caballería enemiga, que se batieron en retirada dejando a la infantería sola en el corazón del campo de batalla.

La infantería cartaginesesa era más numerosa; la caballería dio media vuelta y atacó desde la retaguardia, determinando el resultado de la batalla.

Aníbal logró salvarse y escapar. El 29 de octubre, Escipión recibió a la delegación cartaginesa para establecer las condiciones de paz.

Cartago fue obligada a convertirse de facto en cliente de Roma. Aceptaba la pérdida de Hispania y debía pagar una desorbitada indemnización de guerra en los próximos cincuenta años.

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