El mesenterio es un pliegue de membranas que une el intestino con la pared abdominal y lo mantiene en su lugar.

Una de las primeras menciones como asociado con el intestino delgado y el colon fue la de Leonardo Da Vinci a principios del siglo XVI.

El error de no haberlo considerado como órgano data de 1885, cuando el cirujano británico Frederick Treves, aseveró que este existía de forma esporádica en franjas inconexas y dispersas entre los intestinos y no podía ser clasificado como órgano. Desde entonces la medicina no lo estudió como tal al no verlo como una estructura simple, continua y única.

Sin el mesenterio, los intestinos quedarían esparcidos y no podríamos vivir.

Tiene una alta concentración de ganglios linfáticos, los que regulan la migración de células inflamatorias o cancerosas.

En él se origina una alta producción de proteína C reactiva, molécula que regula el metabolismo de las grasas y el azúcar y también controla algunos procesos de la coagulación.

Entre las afecciones más frecuentes está la adenitis mesentérica, una infección-inflamación de los ganglios linfáticos de este órgano y que suele confundirse con apendicitis aguda, la cual afecta, principalmente, a niños y jóvenes.

Está la trombosis mesentérica, que es una necrosis de una parte de este órgano que se desencadena por falta de irrigación sanguínea.

Los más afectados son pacientes con enfermedades crónicas como insuficiencia cardiaca y diabetes, así como algunos tipos de cáncer.

Más información: es.wikipedia.org