Tras la caída del Imperio romano, el pueblo germánico de los visigodos fundaría en España uno de los reinos bárbaros más extensos de Europa. Durante décadas habían actuado como ejército mercenario al servicio de Roma; gracias a su intervención fue posible rechazar las primeras incursiones de vándalos, suevos y alanos.

Con la caída del Imperio, aprovecharon el vacío de poder para inicialmente establecer su reino en Galia, de donde fueron expulsados por los francos del legendario rey Clovis. Se vieron, entonces, obligados a cruzar los Pirineos, y se instalaron en la Península; se calcula que llegaron unos 100 000 visigodos, ya ampliamente romanizados.

Después de la conquista del reino de los suevos en el año 585, el reino visigodo se extendía por la Península Ibérica y tenía Toledo como capital. Convertidos al catolicismo entre 587 y 589 por obra del rey Recaredo, los visigodos consiguieron establecer una fructífera relación de colaboración con la antigua aristocracia romano-ibérica favoreciendo la fusión étnica y cultural entre los dos linajes.

Con el tiempo, el proceso de síntesis daría lugar a una aristocracia que unía los modelos culturales romanos con un estilo de vida militar de tradición germánica.

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