Un bar del Folies-Bergère fue la última obra de Édouard Manet (1832-1883), y para muchos su mejor trabajo. No es para menos, en él Manet plasmó todos los motivos que trabajó durante su carrera: la vida parisina moderna, un par de bodegones en primera fila, una mujer marginal como protagonista. Todo esto ambientado en un café como el que solía frecuentar con los demás impresionistas.

Todo lo que hay en el cuadro es un reflejo menos la barra y la camarera de mirada fija. En el espejo vemos que está conversando con un señor gracias a un engaño óptico que creó el pintor, pues el reflejo está torcido. Ella parece triste e ida en sus pensamientos, en el reflejo se inclina hacia delante para hablar con el señor.

Con ese espejo nuestro artista ha creado un punto de vista novedoso pues nuestra atención está en ella, más en el cristal se desarrollan dos escenas: la masa de gente a la izquierda haciendo vida social ignorando a la bailarina del techo (en la esquina se le ven las piernas) y una conversación a la derecha.

La pintura ejemplifica el compromiso de Manet con el realismo en su representación detallada de la escena contemporánea. Muchas han sido las críticas hechas a sus obras, pero casi todas estas han mostrado que tienen una razón de ser. Es el caso de «Un bar aux Folies Bergère», que ha sido objeto de numerosos artículos populares y académicos.

Este cuadro se conserva actualmente en el Courtauld Institute of Art de Londres.

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