Roma es conocida como la “Ciudad Eterna” porque en ella el tiempo parece haberse parado hace siglos. Sus monumentos y los restos de imponentes edificios hacen que un paseo por sus calles se convierta en un viaje en el tiempo hasta la época de máximo esplendor de la capital.

En el transcurso de su historia, que abarca tres milenios, llegó a extender sus dominios sobre toda la cuenca del Mediterráneo y gran parte de Europa, Oriente Próximo y África del Norte. Como capital de la República y del Imperio romano, llegó a ser la primera gran metrópolis de la humanidad,​ centro de una de las civilizaciones antiguas más importantes. Influyó en la sociedad, la cultura, la lengua, la literatura, la música, el arte, la arquitectura, la filosofía, la gastronomía, la religión, el derecho y la moral de los siglos sucesivos.

La expresión cobró popularidad durante el Renacimiento, cuando el papa Julio II emprendió una gran obra de modernización urbanística de la ciudad y trajo a los grandes artistas de la época -como Miguel Ángel o Rafael- para embellecerla, dándole nueva vida y contribuyendo a reforzar la idea de que Roma, cambiante a través de las épocas, sería eterna.

El poder y la aparentemente imparable expansión de Roma forjaron la idea de que la ciudad estaba destinada a durar para siempre. En cada uno de sus monumentos se puede observar grandeza de uno de los imperios más poderosos de la historia

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