El arte, originado en la noche de los tiempos, muy anterior a la escritura y consustancial al hombre, recorrió un largo trayecto hasta alcanzar el esplendor del clasicismo griego. Su comienzo estuvo ligado a creencias mágicas y religiosas, pues se le atribuía el poder de capturar la realidad e incidir en ella.

Las primeras muestras artísticas que se conservan se remontan al Paleolítico Superior hacia 40 000 a.C. cuando los seres humanos vivían en tribus y subsistían gracias a la caza y la recolección de vegetales. Estas primeras muestras pertenecen a la pintura mural o parietal, y se localizan en el interior de cuevas de la actual Francia y de la cornisa cantábrica, en los Pirineos y en la costa mediterránea.

La significación específica de este arte es un misterio; si bien se acepta, en general, su función mágico-religiosa y es innegable su valor artístico y estético, hay varias teorías sobre su objetivo concreto: magia propiciatoria para que los espíritus permitieran una caza abundante; invocación chamántica a espíritus sobrenaturales o conexón con la naturaleza.

En las pinturas rupestres solían usarse uno o dos colores, generalmente negros, rojos, amarillos y ocres. Los pigmentos con los que se obtenían podían ser de origen vegetal como el carbón vegetal, deposiciones o compuestos minerales mezclados con un aglutinante orgánico como la resina o la grasa.

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