Se denominaba pancracio al deporte olímpico mezcla de boxeo y lucha libre que se practicaba en la antigua Grecia. Sus orígenes se remontan a los Juegos celebrados en el año 648 a. de C., aunque alcanzó su momento de mayor apogeo en el siglo IV a. de C.. El término se utiliza actualmente como sinónimo de lucha libre profesional.

Se fundaba en la idea de que el hombre debía estar preparado para defenderse en una lucha cuerpo a cuerpo, sin ningún tipo de armas y en las peores circunstancias.

Se permitían los puñetazos, aunque los luchadores no envolvían sus manos con los himantes o vendas. Más o menos estaba permitido todo. Aplastamientos con los pies y manotazos, entre otras cosas. Ni siquiera se respetaban los genitales.

Los golpes en la cara, la aplicación de presas de aplastamiento o de estrangulación, la rotura y la dislocación de miembros también eran técnicas de mucho éxito.

Una de las técnicas, la tijera, buscaba tener enlazado el abdomen del rival con las piernas, para asfixiar al rival con las manos libres. Esta táctica fue la que le costó la vida al campeón olímpico Arriquión de Figalia en el 564 a.C..

Los únicos límites reglamentarios que conocían los pancracistas eran los de no morder ni hundir los dedos en los ojos y orificios nasales de sus adversarios.

Se decía que quien practicara este deporte debía aunar la fuerza del león y la astucia del zorro, aunque en esta disciplina destacaron algunos de los hombres más rudos e incultos de Grecia.

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