La primera línea de tren de la Península Ibérica se inauguró el 28 de octubre de 1848. La locomotora a vapor realizó el trayecto de ida y vuelta entre las ciudades de Barcelona y Mataró, cubriendo una distancia de 28 kilómetros.

La segunda línea de ferrocarril se puso en marcha tres años más tarde, entre las localidades de Madrid y Aranjuez.

Cabe destacar que la primera línea de tren español fue anterior, entre 1835 y 1837, pero no se construyó en la Península sino en Cuba, que en aquellos momentos era territorio español.

El ferrocarril se convirtió en un elemento definitorio de la Revolución Industrial y fue motor de la industria minera y siderúrgica. Su implantación también alteró los comportamientos sociales, facilitando desplazamientos por trabajo o placer. E incluso contribuiría a redefinir los paisajes españoles.

Con la Ley General de Caminos de Hierro de 1855 vino la gran expansión ferroviaria, construyéndose cientos de kilómetros de vía en lo que fue un tremendo esfuerzo económico que consiguió articular el país.

La democracia trae el cierre de muchas líneas no rentables, el nacimiento de las líneas de Cercanías alrededor de los núcleos urbanos y sobre todo el hito de la Alta Velocidad Española (AVE), capaz de superar velocidades de 300 km/h y ya con ancho europeo. Se inaugura en 1992 con la línea Madrid-Sevilla, a la que han seguido numerosos tramos hasta convertir España en el segundo país del mundo con más kilómetros de alta velocidad.

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