En el marco de la Segunda Guerra chino-japonesa (1937-1945) que precedió e incluso perduró durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los enfrentamientos entre ambos ejércitos llegaron a uno de sus puntos máximos en 1937.

Pocas veces se ha visto en la historia un episodio tan violento y con tanto ensañamiento como en la Masacre de Nankín, una ciudad china ubicada a orillas del río Yang-Tsé, cerca de su desembocadura.

Nankín se convirtió en un objetivo porque el general Chiang Kai-Shek dirigía las operación desde allí, lo cual puso a toda su población en el punto de mira de las fuerzas niponas.

El asedio empezó con un bombardeo indiscriminado y, tras aplastar toda resistencia, los japoneses entraron en una ciudad abierta. Fue entonces cuando empezó un mes y medio de terror continuado. Bajo la premisa de no dejar ni un prisionero vivo, los soldados japoneses perpetraron todo tipo de atrocidades contra la población china.

Hubo entierros e incineraciones de personas vivas, decapitaciones, competiciones de asesinatos, crímenes sobre niños y una de las violaciones colectivas a mujeres, niñas y ancianas más grandes jamás documentadas en la historia: se calcula que entre 20.000 y 80.000 mujeres, que posteriormente fueron asesinadas de los modos más brutales posibles.

Los cálculos arrojan la tremenda cifra de entre 100.000 y 300.000 muertos, un drama que Japón trató de silenciar impidiendo que la prensa entrase hasta que no fue retirado el último cadáver.

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