En la Batalla de Guadalcanal, a lo largo de más de seis meses, los Marines escribieron una de las páginas más heroicas de su historia, deteniendo el victorioso avance japonés en el Pacífico. Entre el 7 de agosto de 1942 y el 9 de febrero de 1943, las fuerzas japonesas y norteamericanas libraron la campaña aeronaval y terrestre más larga de la Segunda Guerra Mundial.

Sería en las islas Salomón y en las aguas cercanas donde se pondría punto final al victorioso avance nipón en el Pacífico y desde donde arrancaría la ofensiva Aliada que culminaría con la rendición de Japón en 1945.

A lo largo de esos meses se libraron tres grandes batallas terrestres y otras cinco aeronavales por el dominio del archipiélago. Pero sin duda, Guadalcanal pasó a la memoria colectiva por los sangrientos combates entre las tropas niponas y el Cuerpo de Marines de Estados Unidos.

Fue una lucha despiadada, sin cuartel, en la que no se hacían prisioneros. La campaña en la isla fue sumamente costosa para Japón, no sólo en cuanto a pérdidas materiales, sino en cuanto a hombres. Alrededor de 25 000 soldados experimentados cayeron en combate y los aviones y buques japoneses destruidos o hundidos en esta campaña fueron irremplazables.

Los combates por el control del mismo, desarrollados en un ambiente insalubre, alcanzaron una intensidad hasta entonces conocida y las enfermedades tropicales se convirtieron en un elemento aún más mortífero que el enemigo.

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