Durante muchas generaciones, los adultos chinos han ignorado la leche, considerándola un alimento para niños o ancianos.

Muchas personas en China, como en gran parte de Asia, son intolerantes a la lactosa. Los niños producen una enzima que les permite digerir la leche, pero en gran parte del mundo sus niveles disminuyen a medida que crecen.

Durante la mayor parte del siglo XX, la leche tuvo un perfil relativamente bajo en China, dice Thomas Dubois, profesor de humanidades de la Universidad Normal de Pekín, que ha estudiado la industria láctea del país.

Había muchas granjas lecheras minúsculas en el noreste, con una media de cuatro vacas por granja, y su leche llegaba en tren a la ciudad de Harbin, de influencia rusa, donde la mayor parte se convertía en mantequilla y queso.

Sin embargo, con el tiempo aparecieron lecherías más grandes en las ciudades costeras. Con varias caídas causadas por invasiones, hambrunas y otros descensos, la producción a gran escala cobró velocidad.

En los últimos años el apetito de China por la leche se ha disparado. Este país de casi 1 400 millones de habitantes es ahora el segundo mayor consumidor de productos lácteos del mundo, y las importaciones completan la demanda de leche del gigante, con lecherías que van desde Nueva Zelanda hasta Alemania.

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