A principios del siglo XX, mientras en occidente el cine mudo empezaba a dar sus primeros pasos de la mano de Chaplin, Murnau, Lang y compañía, en el país del sol naciente surgía una de las profesiones más apasionantes y singulares de la historia del cine: los benshis.

Ellos eran los encargados de narrar las películas mudas – ya fueran japonesas o extranjeras – que se proyectaban en los cines. Por aquel entonces, el nivel de analfabetismo en Japón era muy alto y la audiencia no entendía los rótulos.

Los benshis se situaban estratégicamente a un lado de la pantalla para narrar la historia e interpretar los sonidos y las voces de los personajes, logrando un efecto de sincronía casi perfecto y haciendo las delicias de los espectadores.

La figura de los benshis adquirió tal importancia que incluso llegaron a ser más populares y gozar de mayor prestigio (y mayor sueldo) que los propios actores.

Se crearon escuelas y competiciones para benshis, y en ocasiones se creaban películas únicamente para los más reputados narradores pudieran lucirse ante su público.

Tanto es así, que la era del cine mudo duró hasta mediados de la década de 1930 en Japón, en parte gracias a los benshis, a pesar de la introducción del sonido en los largometrajes a finales de la década de 1920.

Aunque la tradición se ha desvanecido en su mayor parte, quedan algunos benshis activos en Japón (por ejemplo, Midori Sawato).

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