La batalla de Waterloo fue un combate que tuvo lugar el 18 de junio de 1815 en las proximidades de Waterloo, una población de la actual Bélgica situada a unos veinte kilómetros al sur de Bruselas, entre el ejército francés, comandado por el emperador Napoleón Bonaparte, contra las tropas británicas, holandesas y alemanas, dirigidas por el duque de Wellington, y el ejército prusiano del mariscal de campo Gebhard von Blücher.

El 16 de junio las tropas de Napoleón derrotaron a los prusianos en Ligny. Desde allí comenzó a marchar hacia Waterloo, donde le esperaba el grueso de las tropas aliadas, con 94.000 soldados. Napoleón sólo contaba con 74.000 hombres. Sin embargo, confiaba en su Guardia Imperial, que llevaba once años sin ser derrotada.

Fue precisamente la Guardia Imperial la que se colocó sobre la cima del campo de batalla en Waterloo. La batalla dio comienzo, y sucedió lo impensable. La Guardia Imperial no pudo con las tropas aliadas, y Napoelón perdía así todas sus esperanzas de volver al poder.

Tras la derrota de Waterloo, Napoleón trató huir a América, pero fue capturado por los británicos y desterraron a Napoleón a Santa Elena, una isla de la costa de África. Napoleón no volvió jamás a pisar suelo francés. Los últimos seis años de su vida los pasó en Santa Elena.

A pesar de no tener un glorioso fin, el legado de Napoleón duró mucho más. Sus ideas, tanto políticas como militares, se llevaron a Europa occidental y otros puntos del planeta.

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