El calendario romano, tenía diez meses y sólo contaba 304 días. No contaban los 61 días de pleno invierno porque al fin y al cabo no los necesitaban para trabajar en el campo. Enero y febrero se introdujeron en el siglo VIII a. C.

Julio César llevó a cabo una reforma del calendario de manera que el año tuviera los 365 días que todavía conservamos. Este calendario se llamó «juliano» y en él los meses impares tenían 31 días y los pares, 30 (excepto febrero, que tenía 29 sólo los años bisiestos).

Fue el rey Numa Pompilio quien decidió que, para adaptar el calendario al ciclo lunar, había que colocar 2 meses más. En este caso, enero y febrero. En esa época además se pensaba que los números pares traían mala suerte. Por ello, se modificó nuevamente el calendario.

Cuando el sexto mes se dedicó al emperador Augusto, no podía tener menos días que el dedicado a César y así se añadió un día a agosto tomado del mes de febrero, que desde entonces sólo tiene 28 días.

Julio Cesar, estipuló que debía añadirse un día al sexto día antes del primer día del mes de marzo, por lo que era "bis sextus", es decir, bisiesto, que correspondía en ese entonces a un día extra intercalado entre el 23 y 24 de febrero.

El calendario juliano se reformó levemente en el siglo XVI, y ha perdurado con el nombre de calendario «gregoriano», porque fue el papa Gregorio XIII quien promovió esa reforma.

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