Cuando se produce en el cuerpo una cortadura, una raspadura o una punción, se produce una solución de continuidad, la herida sangra. La sangre comenzará a coagularse al cabo de unos cuantos minutos y detendrá la hemorragia.

A medida que el coágulo se endurece y se seca, se va formando una costra, que es un recubrimiento temporal que sirve de barrera protectora para dermis en regeneración. Está constituida por plaquetas y sangre.

El cuerpo utiliza las células sanguíneas pegajosas llamadas plaquetas que actúan para evitar que se pierda sangre, además despliega una serie de células blancas capaces de atacar y evitar la entrada de bacterias peligrosas al cuerpo.

Luego, las proteínas del factor de coagulación activan la producción de la fibrina, una sustancia fuerte y parecida a una cuerda que forma un coágulo de fibrina, una red con forma de malla que mantiene al tapón firme y estable.

Una costra suele ser un indicador positivo de una curación saludable. Sin embargo, la curación puede tardar de días a semanas en completarse, según la gravedad de la herida.

El proceso de cicatrización de las heridas está determinado por la continuidad de cada una de las fases que lo caracteriza (hemostasia, inflamación, proliferación y remodelación).

Quitarse y rascarse las costras puede resultar tentador, especialmente si empiezan a picar. Pero estas acciones pueden causar un nuevo trauma y retrasar su proceso de curación.

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