La primera inseminación se realizó en el siglo XVIII y fue realizada por el anatomista y cirujano escocés John Hunter, (1728-1793) considerado como uno de los más distinguidos científicos y cirujanos de su época.

Hacia 1785 un rico comerciante de tejidos acudió a él para pedirle ayuda para tener descendencia. Sufría de una malformación de la uretra. Le sugirió recoger una muestra de su semen en una jeringa caliente e inyectarlo directamente en el útero de su mujer, con lo que logró el embarazo y el nacimiento de un niño sano.

Esta técnica fue el resultado de las investigaciones llevadas a cabo por Anton van Leeuwenhoek en el siglo XVII, identificando por primera vez los espermatozoides bajo el microscopio y de las teorías expuestas por Lazzaro Spallanzani en 1779, quien preconizó que era necesario que el espermatozoide fecundara un óvulo para que se formara un embrión.

Hunter tuvo suerte porque en el momento de la inseminación coincidió con la ovulación de la mujer, pero quienes intentaron reproducir después sus resultados no tuvieron éxito ya que no se conocía a fondo el ciclo menstrual de la mujer.

Recién, en 1936 el médico estadounidense Carl G. Hartman, realizó investigaciones del ciclo menstrual de la mujer y fecha de la ovulación, que permitieron el despegue definitivo de la inseminación artificial, como técnica de ayuda para solucionar muchos problemas de infertilidad.

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