No todo lo que trajo la revolución industrial fue positivo, sobre todo en el ámbito de las condiciones de los trabajadores. La industrialización del campo cambió la manera de trabajar: el obrero no necesitaba habilidades particulares, lo que incentivaba la contratación de mujeres y niños, que cobraban sueldos menores, y los turnos de trabajo eran de 12 o14 horas al día.

Alrededor de las fábricas, en la periferia de las ciudades, se desarrolló el proletariado urbano, que vivía en condiciones absolutamente degradantes. Pronto surgieron protestas frente al nuevo sistema fabril y a la explotación que lo acompañaba.

Uno de los primeros movimientos fue el del ludismo, en recuerdo del obrero llamado Ned Ludd, que en 1779 había destruido un telar. Las protestas de los ludistas se intensificaron a principios del siglo XIX, llegando a asaltar la fábrica de Cartwright, pero fueron reprimidas con extrema violencia hasta el punto que 16 personas fueron condenadas a muerte.

Actualmente, se ha adoptado el uso del término “neoludismo”, a la oposición al desarrollo de nuevas tecnologías amenazadoras y, en especial, al consumismo, caracterizándose por considerarse un movimiento sin líderes. Se habla de una falacia ludita, en la que se sentencia que al traer una innovación tecnológica, esto reducirá las entradas del trabajo, necesarias para cualquier sector producción, lo que degenerará en las caídas de los costes, para finalmente requerir mucho más trabajadores.

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