El 13 de mayo de 1942, a las 23:55 horas, el mar frente a las costas de Florida se estremeció cuando el torpedo de un submarino alemán impactó en el buque petrolero mexicano “Potrero del Llano”. El gigante de acero desapareció en las profundidades del Golfo de México, arrastrando consigo a 13 miembros de la tripulación.

Este acontecimiento no solo removió las aguas marinas, sino también las entrañas de la nación mexicana, que hasta aquel momento había logrado mantener su neutralidad en la Segunda Guerra Mundial.

Solo siete días más tarde, Neptuno volvía a exigir un sacrificio: a su regreso de un viaje a Estados Unidos, el buque petrolero “Faja de Oro” fue torpedeado y destruido por un submarino alemán. Esta vez, nueve marineros perdieron la vida a manos de los nazis.

Las agresiones en alta mar obligó al gobierno de México a adoptar una postura frente al conflicto bélico. El 28 de mayo de 1942, el presidente Manuel Ávila Camacho resonaba en las radios a lo largo y ancho del país: “Frente a esta reiterada agresión, …un pueblo libre y deseoso de mantener sin mancha su ejecutoria cívica no tiene más que un recurso: el de aceptar valientemente las realidades y declarar… que… existe un estado de guerra entre nuestro país y Alemania, Italia y Japón”.

Se decidió crear una pequeña, pero efectiva, unidad aérea de combate cuya misión consistiría en liberar a Filipinas del asedio japonés. Así fue como nació la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana (FAEM), alias Escuadrón 201.

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