La bechamel es una de las salsas clásicas por excelencia con sabor francés, aunque se cuenta que nació en Italia y fueron los cocineros de Catalina de Médici en el siglo XVI los que la llevaron al país galo al casarse con Enrique II. Ya en el XVII, el chef de la corte de Luis XIV François Pierre de la Varenne plasmó su versión en Le cuisinier français, y parece que se la dedicó al marqués Louis de Béchamel, jefe de mayordomos real.

El inicio de la elaboración de la salsa es la preparación de un roux blanco, es decir una mezcla de una substancia grasa calentada (especialmente mantequilla) a la que se añade harina. A partir de ahí la cantidad de lácteos (leche) dependerá de la textura final que quiera darse.

La leche (o de forma más general los lácteos) tiene que añadirse en cantidad suficiente para que la mezcla se cueza. Una de las preocupaciones de todo cocinero cuando se enfrenta a la elaboración de una bechamel es la formación indeseada de grumos (aglomeraciones) de harina durante las últimas fases. Para evitarlo, es imprescindible que el proceso de cocción se realice a fuego lento, vertiendo la leche poco a poco y removiendo según se vaya ligando con la harina.

Esta salsa se ha popularizado por su uso en la elaboración de platos gratinados que contienen pasta o verduras, solas o con carne o pescado, tanto en las cocinas profesionales como amateur. Hoy en día es tan popular que puede encontrarse envasada.

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