La Torre de Pisa, uno de los monumentos más conocidos de Italia y del mundo entero, bien podría llevarse algún premio por su suerte. Se mantiene en pie a pesar de su inclinación, si bien es esa misma inclinación lo que la hace absolutamente especial, y a pesar de que la historia la ha maltratado en distintas ocasiones, como durante la Segunda Guerra Mundial. Según parece, y antes de meternos en harina bélica, Mussolini ya comenzó a perjudicarla al empeñarse en enderezarla vertiendo cemento en sus cimientos. Fue peor el remedio que la enfermedad y aquella operación acentuó el hundimiento de la construcción.

Y entonces fue cuando, ya en plena guerra, Estados Unidos ordenó que todas las torres de la ciudad de Pisa fueran derruidas, incluida su torre estrella. Podían ser puntos clave de vigilancia y además buenos puestos de tiro. Era julio de 1944 y un hombre llamado Leon Weckstein pensó que aquella orden no debía llevarse a cabo, ya que tenía en su mano salvar una maravilla con siglos historia. Y en parte gracias a él la orden fue revocada y se salvó la torre de ser derruida.

Pero si bien no fue echada al suelo, los aliados si la bombardearon la zona con bombas incendiarias que acabaron prendiendo un fuego en el tejado del Cementerio. Este se derrumbó en parte y con él se llevó algunos frescos de Buonamico Buffalmacco.

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